No me gusta cocinar pero sí comer rico, soy todo un caso. Mi historia de desapego con la cocina tiene años de cocción.
Cuando era adolescente mi mamá me decía: “Any, acércate a ver como hago el caldo de pollo con verduras” o “Ven a ver como se corta el pollo en piezas”, y allí iba una muy jovencita Any, con flojera de por medio a ver como la mamá hacía lo que en esa casa se comería por la tarde, mientras tanto yo bostezaba y pasaba por mi cabeza un “uff, ¿que estarán haciendo mis amigas?”.
Y es que ¿a qué chica de secundaria le gusta aprender de pollos crudos y verduras por cocer?, pensamientos como esos eran los que me pasaban por la mente y ¿saben qué? ¡Hoy me arrepiento! (lloro mientras me acuerdo).
Y así pasaron más ocasiones, la de aprender el Mole, la de probar las especias, la de reconocer los cortes de carne de res, los de aprender los secretos a la hora de poner en la olla express el frijol negro, la de practicar las recetas de la abuela materna y demás, lo que no dejé pasar fue la de probar todas las delicias culinarias de mi madre y de lavar los platos sin faltar aunque no fuera del mejor modo, lo admito, adolescente tal cual ¿qué lé ibamos a hacer?
La ‘nueva’ yo
Una joven mujer moderna me llegó al espejo, una que tenía que enfrentarse al mundo y trabajar tras salir de la universidad nacía en mí, de esos sentimientos cuando piensas “¡Estoy lista, puedo hacerlo sola!”, ¿a qué horas iba a tener tiempo para conocer de la comida si mi mamá era la experta y yo no tenía prisa? Así seguí cavando mi tumba como la mejor chef del mundo.
Años y más años, comiendo en casa, con los amigos y a veces hasta sopa instantánea en el trabajo, seguía sin reconocer el cilantro del perejil, pero eso sí, me comenzaba de hacer un camino en los medios de comunicación impresos de mi localidad, sentía que mi carrera profesional estaba reflejando poco a poco los años de quemarme las pestañas con los libros de estudio, así que la vida seguía con un sabor muy light mientras me sentía toda una joven ejecutiva.
Y entonces recibí un golpe en la cabeza, me llegó el amor, y cuando vine a ver me encontré en la cocina de un departamento sin saber que cocinar el primer día de vida en pareja, no se si fue un “toing”, un “pum” o un “bang”, pero el golpe con la realidad fue inmenso, solo sabía hacer sandwich de jamón con queso, quesadillas, huevos en distintas variedades y ahí se acabó la lista.
¿Y ahora que hago?
Me ví en la urgente necesidad de aprender a hacer un arroz blanco, unos bisteces a la mexicana o un caldo de pollo con verduras, fue allí que recordé una lección perdida de “como cortar un pollo en 6 pasos”.
Lloré, me enojé y me insulté. Acto seguido le llamé a mi mamá por teléfono y le dije: “mami, ¿cómo corto un pollo?”, mi mamá se rió pero no me regañó, por el contrario, me dio la receta completa de cómo hacer un sencillo pero rico caldo de pollo con verduras, incluso creo que esa primera receta sobrevive en un cajón de mi cocina actual, y no porque no lo sepa hacer si no para tenerla de recuerdo de ese momento tan shockeante de mi vida, cuando me dí cuenta que era una inútil en la cocina.
Hoy la lista inicial ha crecido, con dos hijos y un esposo sibarita me vi en la imperiosa necesidad de aprender a hacer más que sandwiches, hoy por ejemplo el frijol me cuesta menos trabajo en la olla express (aunque la última vez se me quemó), a los huevos dejé de ponerles sal extra, las quesadillas las combino con varios quesos, las pastas me quedan al dente mientras mi hijo me dice que hago una spaguetti delicioso, mi hija adora las tostadas de frijolitos con queso y ¡mi esposo se volvió en un adorador del famoso caldo de pollo con verduras!
Sigo sin cocinar un Mole y mucho menos unos “Taquitos Rojos” que son la especialidad de mi mamá. No cocino grandes platos pero a los principales clientes del restaurant familiar mis comidas le saben a gloria.
¿A tí te gusta cocinar?
Foto Flickr/estherproject
Post escrito por Any Fuchok y publicado originalmente en Disney Babble Latinoamérica.
¡Síguenos en Facebook! Da click aquí Mamá de Alta Demanda.