Hace unos días platicaba con una amiga que también es mamá, sobre las enfermedades de la temporada que nos tienen con alerta.
Por un lado, aunque este calor que vivimos en mi ciudad es parte de nuestra historia y modo de vida, no hay temporada que no nos quejemos cada que sube la temperatura. Aguantamos calores de 40º grados y no hay forma que nos acostumbremos que es invariable cada año.
El problema es cuando ese calor se convierte en otro problema reflejado en nuestros hijos, porque es en estas fechas cuando llegan los temibles piojos.
Esa amiga me contaba que estaba muy molesta con el colegio de su hija porque acusaban a la pequeña de tener piojos. La realidad es que la sola posibilidad de considerarlo era molesta, pero ¿a que mamá no le enojaría?
La verdad es que los piojos no discriminan, se posan en niños, adultos, ricos y pobres, a ellos les queda igual. Lo triste es hacerles a los niños el «feo», el separarlos de sus clases y compañeros como si fueran «apestados». ¿Qué pasa con esas escuelas? Hay que ponerse las pilas y hacer las cosas con más sensibilidad.
Ok. Si el niño o la niña tiene a los famosos «amigos indeseables», pues a seguir el tratamiento correspondiente y tratarlo como si fuera una gripe o tos y no hacerlo sentir como «piojoso», nada de bullying.
No hay que permitirlo. Manejar el hecho con normalidad y no como si se tratara con el leproso, porque cuidando su salud también se puede lastimar un corazón.
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