Cuando escribo mi post de “Yo confieso” del mes, siempre pienso en cómo externar los sentimientos. La verdad es difícil sentarse a ‘confesar’ frente a una computadora algo tan de uno y más cuando se trata de un tema como el colecho, que no es otra cosa que compartir la cama familiar con los hijos.
Tengo dos hijos, el mayor de ocho y la pequeña de cinco, con el mayor compartí mi cama cuando era un bebé recién nacido. Al principio, me preparé con una cuna, linda, bonita y grande, parte de haber sido el primer bebé.
A los pocos días de nacido, con todas las levantadas a darle pecho nocturno, estuvo a punto de caerse de mis brazos al yo quedarme dormida. Lo que me llevó a decidir que tanto por su bien como por el mío compartiríamos la cama.
Su papá fue muy cuidadoso y me apoyó en todo, cambiamos nuestros estilos de dormir abarcando toda la cama y le abrimos su nuevo espacio al bebé. Con los años, pasó a dormir en su cuna unida literalmente a mi cama sin barrotes, más tarde y poco a poco comenzó a dormir en su propio cuarto, sin prisas y sin correrlo de mi cama.
Llegó la nena y de la misma manera durmió en mi cama desde que era una bebé. La cuna solo la utilizamos durante sus siestas, así que no hemos tenido noche en sus cinco años de vida que no hayamos dormido una cerca de la otra.
Y, sí, también junto a su papá, quien igualmente disfruta de tener a su pequeña a su lado, dándole patadas y manotazos a los que ya nos hemos acostumbrado.
Hace unos días me puse a pensar que a mi hija ya no le queda mucho tiempo en mi cama. Me di cuenta de que más o menos a su edad fue cuando mi hijo comenzó a dormir en su propio espacio, el solo pensarlo me puso muy mal.
Sentí un poco de angustia al darme cuenta de que el momento de abrazarla toda la noche, sentir su olor a niña, que me pida el brazo para dormir mientras me destapa y yo me congelo, se acerca a su fin a paso lento pero firme.
El colecho para mí es un bien familiar
Creo que el colecho no solo le hace bien a los bebés, sino también a los padres. Son muchas las situaciones que nos llenan el corazón, como por ejemplo escuchar y al mismo tiempo reír porque la pequeña brinca por hipo en las noches, sentir y escuchar el sonido del corazón latiendo, sabiendo que una vez estuvo dentro del cuerpo de mamá.
Y con esos recuerdos de mi hija me voy despidiendo de dormir a su lado, solo me queda agradecer al colecho sus beneficios. El que me facilitara la lactancia con mis dos hijos, el poder descansar más tiempo al poder vigilar a mis niños, sin tener que trasladarme, el poder compartir un mayor contacto físico y emocional cuando estaban enfermos o sensibles. Fomentarles buenos hábitos de sueño y que todavía les perduren y, ya de postre, despertar de mejor ánimo por la mañana todos juntos.
Disfruta del colecho, el calorcito de tu hijo antes de dormir emana una paz incomparable. Como dicen por ahí: “no hay niño más bonito que el que está durmiendo”.
Yo por lo pronto todavía disfruto de mi Pulguita, hasta que llegue el momento de ‘mamá, quiero dormir en mi cama’.
Foto Via
Post escrito por Any Fuchok y publicado originalmente en Disney Babble Latinoamérica.
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