#YoConfieso: ¡Adiós talla cero!

Yo confieso pero no me consuela, esa es la verdad. ¿Pero por qué Dios hizo la comida poco saludable tan deliciosa? ¿Por qué los tacos al pastor no son light? ¿Por qué los pasteles de chocolate no saben a la medicina más fea para que no los quisiéramos ni oler? Son de esas incongruencias de la vida que aún no entendemos.

Cuando estaba soltera sin hijos no sabía lo que era un plato balanceado, comía lo que mi mamá cocinaba sin pensar que lo había hecho con manteca de cerdo (como le enseñó mi abuela). Ni pensar lo que le estaba haciendo a mis venas y mucho menos a mi estómago que estaba feliz hacia adentro, cuando podía presumir de un ombligo sexy y carismático a la hora de ponerme un traje de baño.

Toda la ropa me lucía bien, al menos así me sentía: sexy, guapa, varita de nardo, con ganas de explotar mi talento y con ganas de comerme al mundo… bueno, ¡que los sueños se realizan o se posponen pero no se olvidan!

Y así, sin saber que ese pantalón talla 26 quedaría en el olvido de mi closet, allá arrumbado esperando mejores tiempos… que creo nunca regresarán.

Un día, la chica que se sentía sexy, guapa, varita de nardo y con ganas de comerse al mundo se convirtió en mamá, y con 12 kilos arriba sufrió la primera depresión post parto cuando creyó que saliendo el niño se pondría de nuevo sus jeans favoritos… ¡gran error! Tuvieron que pasar nueve meses, y con ayuda de la lactancia materna exclusiva y prolongada puede bajar los 12 kilos que me había hecho subir el primogénito. Eso sí, las caderas un poco más pronunciadas donde antes no había mucho; en la fiesta de mi primer hijo pude lucir como estaba antes de embarazarme, ese fue un logro que todavía no olvido.

De tan flaca, tan flaca…

Pues uno empieza a comer con un “supuesto permiso de flaqueza”, hasta que ves que ya no pesas lo mismo, y que a todo lo que le entraste con gusto y alegría ya te han hecho subir 10 kilos. Los cachetitos aparecen y los rollitos de la espalda no sabes cómo  esconderlos así que adiós a las blusas pegadas. Tan linda te ves que viene el premio, ¡otro embarazo! y a subir lentamente otros 12 a 15 kilos más… mientras tanto a seguir disfrutando los antojos propios del embarazo, ¡uff!

Y de nuevo el mismo ciclo: nace el crío, bajas con ayuda de la lactancia y te estancas. Luchas por hacer ejercicio pero acabas tan cansada la jornada que lo único que quieres levantar de peso es el del edredón de la cama y a dormir. ¿Correr por las mañanas en el parque? ¿Qué es eso? ¡Correr por la mañana pero para ir a llevar a tus hijos a la escuela, eso sí es correr! Haces un esfuerzo por comer todo lo verde, las ensaladas, las verduras, los jugos… hasta que se te presenta un hot cake dominical y piensas: “bueeeno, solo por hoy”. Así te vas, por la vida, entre comiendo sanamente en casa y dándote gustos los fines de semana.

Pero es que, ¿Qué sería de la vida si no pudiéramos comer un rico helado de fresa? ¿Tomar un refresco que no sea de dieta? ¿Probar una rebanada de pastel en una fiesta? yo creo que sí podemos hacerlo y también creo en la famosa frase “con medida”, por ejemplo la rebanada de pastel compartirla con tu hijo e hija en vez de pedir una rebanada para cada quien y así quitarse el antojo.

Estoy resignada a pensar que no volveré a tener el cuerpo de soltera, me gusta aceptar que tengo el cuerpo de una madre con dos hijos que se permite disfrutar de las cosas ricas de la vida aunque ya no sea una talla cero, soy una talla de mamá real.

Foto Flickr/Yarden Sachs

Post escrito por Any Fuchok y publicado originalmente en Disney Babble Latinoamérica.

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