Soy mamá de dos, de un niño de ocho años y una niña de cinco. Desde que los esperaba me preocupé por comer sanamente para ayudarles a tener un óptimo crecimiento. Les di leche materna en las distintas etapas exclusiva, extendida y tándem, son pequeños que pocas veces se enferman y que cuando eran muy pequeñitos comían lo que mamá les ofrecía con amor.
Cuando empezaron con la ablactación que es la etapa de introducción a los sólidos a partir de los seis meses, probaron casi todas las frutas, verduras y legumbres sin problemas, ¡vamos, que las disfrutaban!
Recuerdo que cuando cocinaba caldito de pollo con verduras o también con res, les hacía pequeños frascos congelados con la papilla y las guardaba para ofrecérselas en los siguientes días. Nada me daba mayor gusto que ver como disfrutaban de la zanahoria, papa, pollito y demás verduras integradas a su comida de bebé.
Hoy, con ya varios años comiendo de todo, se han vuelto más selectivos y no queda mucho de ese apetito por conocer todo lo que se come en esta vida y que mamá les brindaba con la mayor seguridad.
Mi hijo mayor, quien conoció los rollitos japoneses a los dos años y los devoraba con infinito placer, hoy disfruta de las cosas más simples como el arroz a la mexicana, el espagueti, el pollito con fideos, etc.
Pero “pobre de mí” si le ofrezco acelgas con puerco o ensaladas verdes, la cara de tristeza se hace más larga y se dedica a jugar con la comida.
Mi hija menor es diferente, a ella le gusta probar sabores de comidas, incluso salsas que para su edad pueden resultarle picantes. Lo que me gusta es que se anima y siempre que la observamos le digo a mi esposo “pinta pa’ gordita”.
No porque coma mucho si no porque prueba con curiosidad y eso nos gusta como papás, ya de allí decide si lo come o no, sobre todo cuando es algo nuevo al paladar. Comparte con el hermano los gustos caseros como los bisteces, los frijolitos y hasta los tacos al pastor tan mexicanos.
Preocupada le pregunté al pediatra por esta situación del “mal comer”, y me dijo que no me preocupara de más. Los pesó, los midió, checó las tablas de crecimiento y valoró que estaban bien.
Me comentó que si notaba que no comían ni lo que les gustaba, o que solo hacían dos comidas de tres o que si solo querían tomar leche entonces si era de preocuparse y que los llevara nuevamente a valoración para tomar las medidas adecuadas.
Eso fuera para mí un descanso al estrés, y por supuesto considerar que los niños como los adultos tienen sus días de buen y mal comer, y que debemos ocuparnos cuando los puntos mencionados arribas se hagan presentes.
¿Tu hijo tampoco quiere comer? ¡Cuéntanos en los comentarios!
Foto Via
Post escrito por Any Fuchok y publicado originalmente en Disney Babble Latinoamérica.
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