El día que fui mamá ¡me convertí en mi mamá!

¿Alguna ves dijiste que no querías parecerte a tu mamá?

¡Cuándo somos niñas queremos tanto parecernos a nuestras madres! Nos llenan tanto de orgullo y satisfacción ver lo que hacen, que cuando nos convirtamos en adultas queremos ser tan “maravillosas” como ellas.

Cuando llegamos a la adolescencia nos topamos con pared. “¿Qué ha pasado? ¿Dónde está esa madre a la que admirábamos tanto y que hoy se antepone a todo lo que queremos y deseamos hacer?”. Así pensamos y sentimos cero comprensión de su parte. ¡Adiós al ídolo!

Un día ya somos adultas, desarrollamos relaciones y un estilo que se vuelve parte de nuestra personalidad. Pero lo que no nos damos cuenta es que de manera inconsciente actuamos y repetimos gestos que suelen ser parecidos a los de nuestras madres ¿Lo notaste?

Parecernos a nuestras madres no es necesariamente el fin del mundo, más bien en un proceso natural que nos ocurre a las mujeres cuando vamos madurando, y se acentúa cuando nos volvemos en madres. ¿En dónde vemos estos rasgos?

  • En la forma de resolver conflictos.
  • El las actitudes hacia la vida.
  • En la forma de hablarle a la pareja.
  • En el estilo para cocinar.
  • ¡Hasta en la forma de reprender a los hijos!

Podemos considerarlo un factor genético, pero sobre todo la forma de imitar a las madres (hasta en lo que no nos gusta) se debe al factor aprendizaje, esto quiero decir a todos los eventos que hemos vivido junto a ellas durante nuestra infancia, como: alegrías familiares, pérdidas o muerte de algún conocido, forma de tratar a las personas que nos sirven, relación con la pareja, etc. Por eso el juego de roles en la infancia es tan importante para aprecia cosas que en ocasiones no vemos. Si un día le pides a tu hija que te imite ¿qué crees que haría?

Somos niñas, crecemos, hay una hermosa adolescente que se quite desligar del carácter de mamá, nos volvemos adultas creemos que podemos hacerlo todo, y por todo es que nos enfrentamos de cara al mundo con mucho en la maleta aprendido de nuestro primer círculo: mamá, papá y hermanos, yu por supuesto de otros familiares, amigos de la escuela y hasta parejas que no hay formado un nuevo yo. Ya aprendimos.

Llega otro momento importante de nuestra vida; nos enamoramos y algo nos dice que es la persona indicada y le “ves cara” de padre de tus hijos… ¡suena genial! Ahora si te vuelves una ADULTA con todas las mayúsculas y y gozarás de todos los beneficios que eso implica… y también de sus obligaciones que gozas en plenitud. ¿Recuerdas ese momento que diste el gran paso? ¿Qué te motivó?

Hasta que un día parece que el piso se mueve y que el café que tan a gusto te tomabas te ha hecho daño. Te sientes como en película de Hollywood con todos los síntomas que solo habías visto en las películas… y sorpresa: ¡Estás embarazada! Corres a decírselo a tu pareja, y detrás del él a tu mamá ¿Quién podría alegrarse más? ¿Qué te dijo ella cuando se lo contaste?

El tiempo pasa super rápido, cuando ves ya tienes dos hijos y estás utilizando las mismas frases que te decía tu mamá cuando te regañaba:

“Esta casa no es un restaurante, todos comemos lo mismo”

“Si lo encuentro que te hago”

“Me duele más a mí que a tí”

“No te mandas solo”

“Algún día me lo vas a agradecer”

¿Cuántas de ellos has repetido? ¿Qué pasó? ¿En que momento nos convertimos en nuestras madres?

Cuando nos enfrentamos a situaciones desconocidas, en este caso la crianza de nuestros hijos, optamos por recursos conocidos, en este caso los ejemplos que nos dieron nuestras madres con nuestra propia crianza. La forma de peinar a nuestras hijas, de apoyarlos con las tareas escolares, incluso con el regaño largo y dramático en el momento que ni quieren guardar sus juguetes: “si no levantas los juguetes los recojo yo y lo meto en una bolsa para la basura”. ¿Verdad que lo hacen de inmediato? ¡Ese mismo efecto le daba a nuestras madres!

Buscando nuestra propia personalidad

Siempre pensamos que cuando fuéramos madres lo haríamos de tal o cuál forma, pero siempre separando lo que no nos gustaba de nuestras madres, por ejemplo: “Cuando sea mamá no le voy a gritar a mi hijo, le tendré mucha paciencia”, ¡y de paciencia nada!, es el don con el que menos te dotaron para a crianza.

Lo que sí es cierto es que la crianza de los niños es tan personal y única que debemos buscar el punto de equilibro con la certeza de que lo estamos haciendo bien, que también nuestra madre se esforzó en hacernos personas de bien aún con las carencias que pudo tener durante su formación y la nuestra propia.

Repetimos lo que dijimos que no haríamos

  • Regañamos a gritos o incluso utilizamos la “nalgada a tiempo”
  • Permitimos que coman chatarra, extendemos horarios de juegos, el uso de los dispositivos móviles, etc.
  • En ocasiones la relación con la pareja se vuelve similar a la que tenía nuestra madre.
  • ¿Hay alguna actitud que repitas de tu casa materna a tu hogar familiar?

¡No es el fin de mundo parecerse a nuestra madre! ¿Qué hacer? ¡Cinco tips!

  1. Aceptemos que llevamos sus genes, vivimos una historia y fue nuestro primer ejemplo de maternidad (bueno o malo).
  2. Actuamos en algunas situaciones como ellas pero sin duda no somos ella, separarlo es muy importante.
  3. Nuestras madres tendrán cosas maravillosas que querremos llevar a la crianza de nuestros hijos. Tómate un tiempo y has una lista de las virtudes que te hacen sentirte tan orgullosa de ella. Separa lo negativo y que definitivamente no repetirías.
  4. Tu mamá puede ser lo máximo pero tus hijos son tuyos y nadie mejor que tu para saber que necesitan.
  5. Explora tu personal método de crianza y aventúrate a vivir tus experiencias con tu familia.

Se la madre que tus hijos necesitan, para ellos no hay mamá más perfecta que tú.

¡Lo estás haciendo bien!

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